-Salir, eso es, salir- Tomo el té humeante que tenia en la mesita redonda de en frente, junto a su pie cruzado y le dió un pequeño sorbo soteniendo con una mando el pequeño platito de debajo y con la otra la taza. Lo puso de nuevo en la mesita. Recorrió con la mirada a las demás personas en la sala, esperando una respuesta, todos desvaiban la mirada, evitando la confrontación, todos menos ella, que se habia quedado escuchandolo desde que comenzó a hablar. Sus ojos se trenzaron como dos imanes opuestos que se acaban de encontrar, nunguno bajaba la mirada. Ella también tomó de su te.
-Pues...- Salio de su boca pintada de rojo carmesí, que combinaba con su vestido escotado y sus zapatillas, que casi podria decirse que erean sancos- creo que no estoy de acuerdo con usted, si me permite el atrevimiento debo decirle que es usted es tan vulgar como todos esos de los que habla, sin mencionar que tal vez es mas feo que ellos-.
La indignción se subió al rostro del joven, y torció el gesto, repudiendo las palabras que aquella boca hermosa acaba de pronunciar. Los demás en la sala se quedaron atónitos, y miraban de una esuquina a otra de la sala, donde se encontraban los dos combatientes, esperando quizá que el joven le lanzara su taza de té a la mujer del vestido rojo, e inmoviles, camuflajeandose con los muebles para evitar ser blanco de aquellas palabras que salian disparadas como flechas envenenadas.
-No esperaba mas de una mujer como usted- dijo al fin el joven recorriendo a la mujer con la mirada- es por eso que las mujeres no deben de andar sin un marido que las controle, se vuelven tontas y maleducadas, tal como usted.- Todos se quedaron mirando a la mujer del vestido rojo, como si ese color fuese sangre y no el color del vestido, como si el joven la hubiese abofetado y esperasen ver como es que respondia. Ya era tarde pero nadie se iría, esa estaba siendo la tarde de té mas emocoinante que habían tenido en meses, y no se la perderían por nada, les daría de que hablar por lo menos un mes completo. La mujer del vestido rojo terminó tranquilamente su té, soplandole de vez en cuando, como si estuviese sola en aquella sala. Se levantó con toda naturalidad y avazó hacia el joven como lo haría una modelo en la pasarlea, o al menos así lo contarían todos los presentes después. Al llegar frente al joven se detuvo y lo observó detenidamete, como quien observa una obra de picasso, y después de unos segundos sentenció:
-¿Cuando fué la ultima vez que viste las estrellas?-
-¿Como?, de que demonios estas hablando.
-Ya me lo suponia-Suspiró de indignación
-¿Le pusiste alcohol a tu té o algo?- miró a los demás en busca de alguna sonrisa cómplice, pero nada, si se habian convertido en muebles. Sacó de su bolso un labial, al parecer el mismo color que estaba usando, lo destapó y lo paso por sus carnosos labios, aun sin despegar los ojos del aquel joven. Sus labios quedaron al rojo vivo, se inclinó levemente hasta quedar a la altura del joven, lo miró unos momentos más y sin previo aviso, le plantó un beso, uno que hubera dejado sin aliento a cualquiera, incluso a él, que habia pasado por más de 59 mujeres, según el recuento de las viejas chismosas de la ciudad, como un ritual antes comenzar con sus costuras. Los martes hablaban de su familia, pero era miércoles, así que estarían hablando de embrazadas y esposos fallecidos y no de mujeriegos. El rostro ahora payasesco del joven quedó atónito, jamas lo habian besado así en su vida y jamás lo hubiera imaginado de aquella mujer, su beso le supo a fresa, olor que le haría recoradarla mucho tiempo después. Caminó hasta la entrada con aquellos zancos suyos que hacian ruido con cada paso que daba, aún en aquella alfombra turca importada, que todas las señoras desocupadas enviadaban. Se detuvo bajo el requicio de la puerta, y se volvió, solo para guiñarle un ojo y lanzarle un beso al joven, que de seguro debía saber a fresa también. Todos se sentían ahora como en una obra de teatro un tanto extraña, aunque de esas que quieres saber como terminan. Se quitó aquellos monumentos a las zapatillas y las arrojó al piso, como si fueran solo envolutras de algun caramelo, y se aventuró a la noche fría que ya comenzaba a devorar aquella tarde ventosa de abril. Cuando la puerta volvió a cerrarse todos despertaron de su enmudecimiento, el telón había caido pero la obra seguia aún su curso, el joven se levantó del sillón con forro de cuero, y camino hacia la puerta recién cerrada, aún medio confundido. Tomó las zapatillas rojas del suelo, la unica prueba de que lo que pasó había sido cierto. Las tomó con una sola mano y abrió la puerta con la otra. Todos en la sala comenzaron a cuchichear, como niños cuando el maestro acaba de salir en un examen. El joven bajó una por una las escaleras de la entrada, mirando hacia todas direcciones, esperando ver una alucinación roja carmesí deambulando por aquel jardín, traido de francia, segun había pedido el día que compró la casa, pero nada. Solo las zapatillas, que ahora le pesaban más por alguna extraña razón. Caminó un poco mas entre el aire helado de la noche, para colocar despues las zapatillas al borde de la fuente traida de Italia, por que a su madre siempre le habia gustado Italia pero nunca había estado allí, así que todas las tardes salía a sentarse en la orilla de la fuente a imaginar que estaba en una balsa, recorriendo los estrechos canales de Italia, tocando el agua que habia pedido que trajeran de Italia también, eso es lo que hacía antes de morir. Se sentó junto a las zapatillas, como para hacerles compañía y sintió la brisa que el aire nocturno llevaba hasta su espalda. Dio un último vistazo al rededor, pero nada, el mismo verde silencioso de siempre. Entoces recordó, miró al cielo y vió, regadas ahí, como cuando de niño tiraba los diamantes de su madre en el psio de la sala, un puñado de estrellas que parecían devolverle la mirada, que brillaban mucho mas de lo que alguna vez hubiese recordado.
-Pues...- Salio de su boca pintada de rojo carmesí, que combinaba con su vestido escotado y sus zapatillas, que casi podria decirse que erean sancos- creo que no estoy de acuerdo con usted, si me permite el atrevimiento debo decirle que es usted es tan vulgar como todos esos de los que habla, sin mencionar que tal vez es mas feo que ellos-.
La indignción se subió al rostro del joven, y torció el gesto, repudiendo las palabras que aquella boca hermosa acaba de pronunciar. Los demás en la sala se quedaron atónitos, y miraban de una esuquina a otra de la sala, donde se encontraban los dos combatientes, esperando quizá que el joven le lanzara su taza de té a la mujer del vestido rojo, e inmoviles, camuflajeandose con los muebles para evitar ser blanco de aquellas palabras que salian disparadas como flechas envenenadas.
-No esperaba mas de una mujer como usted- dijo al fin el joven recorriendo a la mujer con la mirada- es por eso que las mujeres no deben de andar sin un marido que las controle, se vuelven tontas y maleducadas, tal como usted.- Todos se quedaron mirando a la mujer del vestido rojo, como si ese color fuese sangre y no el color del vestido, como si el joven la hubiese abofetado y esperasen ver como es que respondia. Ya era tarde pero nadie se iría, esa estaba siendo la tarde de té mas emocoinante que habían tenido en meses, y no se la perderían por nada, les daría de que hablar por lo menos un mes completo. La mujer del vestido rojo terminó tranquilamente su té, soplandole de vez en cuando, como si estuviese sola en aquella sala. Se levantó con toda naturalidad y avazó hacia el joven como lo haría una modelo en la pasarlea, o al menos así lo contarían todos los presentes después. Al llegar frente al joven se detuvo y lo observó detenidamete, como quien observa una obra de picasso, y después de unos segundos sentenció:
-¿Cuando fué la ultima vez que viste las estrellas?-
-¿Como?, de que demonios estas hablando.
-Ya me lo suponia-Suspiró de indignación
-¿Le pusiste alcohol a tu té o algo?- miró a los demás en busca de alguna sonrisa cómplice, pero nada, si se habian convertido en muebles. Sacó de su bolso un labial, al parecer el mismo color que estaba usando, lo destapó y lo paso por sus carnosos labios, aun sin despegar los ojos del aquel joven. Sus labios quedaron al rojo vivo, se inclinó levemente hasta quedar a la altura del joven, lo miró unos momentos más y sin previo aviso, le plantó un beso, uno que hubera dejado sin aliento a cualquiera, incluso a él, que habia pasado por más de 59 mujeres, según el recuento de las viejas chismosas de la ciudad, como un ritual antes comenzar con sus costuras. Los martes hablaban de su familia, pero era miércoles, así que estarían hablando de embrazadas y esposos fallecidos y no de mujeriegos. El rostro ahora payasesco del joven quedó atónito, jamas lo habian besado así en su vida y jamás lo hubiera imaginado de aquella mujer, su beso le supo a fresa, olor que le haría recoradarla mucho tiempo después. Caminó hasta la entrada con aquellos zancos suyos que hacian ruido con cada paso que daba, aún en aquella alfombra turca importada, que todas las señoras desocupadas enviadaban. Se detuvo bajo el requicio de la puerta, y se volvió, solo para guiñarle un ojo y lanzarle un beso al joven, que de seguro debía saber a fresa también. Todos se sentían ahora como en una obra de teatro un tanto extraña, aunque de esas que quieres saber como terminan. Se quitó aquellos monumentos a las zapatillas y las arrojó al piso, como si fueran solo envolutras de algun caramelo, y se aventuró a la noche fría que ya comenzaba a devorar aquella tarde ventosa de abril. Cuando la puerta volvió a cerrarse todos despertaron de su enmudecimiento, el telón había caido pero la obra seguia aún su curso, el joven se levantó del sillón con forro de cuero, y camino hacia la puerta recién cerrada, aún medio confundido. Tomó las zapatillas rojas del suelo, la unica prueba de que lo que pasó había sido cierto. Las tomó con una sola mano y abrió la puerta con la otra. Todos en la sala comenzaron a cuchichear, como niños cuando el maestro acaba de salir en un examen. El joven bajó una por una las escaleras de la entrada, mirando hacia todas direcciones, esperando ver una alucinación roja carmesí deambulando por aquel jardín, traido de francia, segun había pedido el día que compró la casa, pero nada. Solo las zapatillas, que ahora le pesaban más por alguna extraña razón. Caminó un poco mas entre el aire helado de la noche, para colocar despues las zapatillas al borde de la fuente traida de Italia, por que a su madre siempre le habia gustado Italia pero nunca había estado allí, así que todas las tardes salía a sentarse en la orilla de la fuente a imaginar que estaba en una balsa, recorriendo los estrechos canales de Italia, tocando el agua que habia pedido que trajeran de Italia también, eso es lo que hacía antes de morir. Se sentó junto a las zapatillas, como para hacerles compañía y sintió la brisa que el aire nocturno llevaba hasta su espalda. Dio un último vistazo al rededor, pero nada, el mismo verde silencioso de siempre. Entoces recordó, miró al cielo y vió, regadas ahí, como cuando de niño tiraba los diamantes de su madre en el psio de la sala, un puñado de estrellas que parecían devolverle la mirada, que brillaban mucho mas de lo que alguna vez hubiese recordado.
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