20 dic 2008

Cuando los leones duermen


-Andate a joder a alguien más, a mi no me gustan tus cosas, ni mucho menos a tu madre.
Resignado dió media vuelta y se dispuso a vovler a su habitación. Iba arrastrando los pies, derrotado. Sus pantunflas de león barrían el piso de la sala con sus melenas mientras caminaba y los osos de su piyama sonreían estúpidamente, ignorando por completo el estado en que se encontraba en aquel momento, estúpidos osos pensó. Comenzó a abrir lentamente la puerta de su cuarto, intentando prolongar lo inevitable, aún tenía esperanza de que algo ocurriera, por eso se tomaba su tiempo. En ese instante una idea le cruzó por la cabeza, era algo tonta, pero su última opción. Pasó corriendo la sala, ahora parecía que los leones iban tras un antílope, dispuestos a atraparlo, y que los osos tenían razón. Se plantó nuevamente entre su padre y el telvisor, era la cuarta vez y estaba a punto de hacerle perder la paciencia.

-¿Y ahora que quieres?- le dijo con un atisbo de enojo evidente.

-¿Ves esto?- dijo señalando su piyama, sacando su pecho con orgullo.

-¿Que, tu piyama?, ¿Que tiene?, no me digas que te hiciste otra vez- lo miró, frunciendo el seño.

-No papá, no seas tonto, ESTO de aquí, el oso. ¿Ves?, está sonriendo- le dijo, poniendo cara de oso sonriente también.

-Te dije que no tengo tiempo para tus cosas, andale, vete a dormir de una buena vez- su enojo iba creciendo cada vez más.

-Es lo que mamá quería- comenzó a hacer pucheros- y por eso se fué, por que tú nunca sonreías.

-¡Callate!- le propinó una bofetada que dejó el cuerpecito tirado en medio de la recámara. Ahora parecía que los leones dormían, tal vez, para no levantarse más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario